Sociólogo Rafael Acuña

sábado, 11 de abril de 2020

¿Cambiará la pandemia del COVID-19 a la sociedad capitalista?



Nuca antes se había escrito tanto, en tan poco tiempo, sobre un virus, como se ha hecho sobre el actual COVID-19. Entendiendo que esta sociedad, donde surgió esta enfermedad, es totalmente diferenciada de cualquier otra que ha vivido la humanidad. Los dispositivos que nos permiten expresarnos de forma escrita son innumerables. Los programas especializados para escribir también son muchos. Los medios para publicar las ideas, opiniones, comentarios, vivencias, etc, son cuantiosos y permiten hacerlo en tiempo real. Pudiéramos decir: “vivimos en una sociedad de escritores”. Escribir no es oficio de unos pocos -sin ánimo de ser peyorativo-, pues en la actualidad pareciera que “cualquiera puede ser escritor”. El oficio de escribir se ha masificado en su totalidad, de eso no hay duda. ¿Es de calidad lo que se escribe? Este tema requiere otro análisis. Lo pertinente es: la dinámica de escribir ha cambiado, de forma y esencia para siempre.

De todo lo que se ha escrito, mucho tiene que ver con los cambios que ha sufrido la humanidad y los que pudiera sufrir producto de la pandemia del COVID-19. Muchas opiniones son fatalistas, otras auguran un cambio para mejorar la vida del ser humano en este planeta, otras son conspirativas, en fin, en lo particular no comparto ninguna de las tres, a pesar de que soy optimista en torno a la actitud ser humano para con la vida. Considero que hay que ser “realista”, debemos propiciar nuestros análisis de la realidad que vivimos y si creemos que deben haber cambios hay que partir de la realidad fáctica inmediata, por supuesto, esto sin perder de vista nuestra utopía de un mundo mejor –para los que todavía conservan la utopía–.

Podemos asegurar, una vez más “quedo al  desnudo el desdén por la vida que subyace oculto en lo profundo de la sociedad capitalista”. Esta sociedad ha privilegiado fetiches que se han humanizado más que el propio ser humano. El mercado es uno de ellos. Vivimos para y en función del “libre” mercado, no vivimos para la vida, lo hacemos para el sacrosanto mercado. No producimos para la vida, lo hacemos para el mercado. Muchos dirán que la producción para el mercado repercute en la conservación de la vida, pero esta producción en realidad no es así, el mercado al final es monopolizado, es capitalizado por unos pocos y la producción se convierte en riqueza de una élite, que se establece como oligarquía, que parte de su buena vida está condicionada por la explotación que hacen del pueblo y de los recursos naturales del planeta. El mercado, como no es vida, no conserva el ambiente, no mira si hay miles de seres humanos muriendo de hambre. Para éste, nada humano le es familiar, muchos seres humanos creemos que este mercado tiene vida, pero no es así, no puede tenerla, porque no es una forma de vida, pero tampoco es libre, porque es manipulado por las cases explotadoras y puesto al servicio de ellos y de nadie más. (Todavía hay quien cree en el cuento de la “mano invisible” que regula el mercado, que contó un cuentero profesor de ética, que medio escribió sobre economía [Adam Smith]). Los poderosos asumen que ellos se merecen esos privilegios por su arduo trabajo, por su inteligencia, por saber aprovechar las oportunidades, etc. Se merecen tanto que hasta el planeta y el derecho a la vida de todas las especies merecen menos que ellos. Es evidente que la vida no vale nada para el capitalismo, para éste lo importante es capitalizar riquezas y poder; los seres humanos vivimos para que unos pocos capitalicen mucho y hacer que la vida dependa de esa riqueza. Pero el que no logre capitalizar por lo menos un poco de riqueza, entonces no tendrá vida. La vida en el capitalismo no es un fin, un propósito, es simplemente un medio para hacer ricos a unos pocos. En el capitalismo el ser humano es un producto más, que se compra y vende –en el mercado de trabajo–, se usa y desusa al perder energía, enfermar, incluso pierde valor al estar en estado para reproducir la especie o tener que cuidar la nueva vida. Sé que esto que digo no es nuevo, pero vale la oportunidad para repetirlo en estos momentos de crisis, de incertidumbres.

Es evidente la fragilidad del sistema sanitario capitalista, el cual es costoso, privativo y rígido. Es de acotar que el primer país que tuvo un sistema sanitario nacional fue la extinta URSS. Esta fue la creadora de un sistema de salud integrado y nacional para todo el pueblo, que ponía el esfuerzo en vida del ser humano sin ningún tipo de distinción. Este sistema fue copiado por el capitalismo, pero convertido en un gran negocio. La salud del pueblo fue transformada en un gran negocio, para buscar más ganancias, no es para hacer más plena la vida. La salud pasó a ser parte de un sistema privativo, altamente costoso, monopolizado y capitalizado. Tener salud en el capitalismo es un lujo al que pocos pueden acceder. Por ser este un sistema al cual pueden acceder pocos, entonces no es masivo, por eso la pandemia en muchos países superó con creces de forma inmediata la capacidad de atender a todos los que enfermaron con el COVID-19, por ser un sistema exclusivo y muy rígido, altamente burocrático, el sistema de salud capitalista no está preparado para crisis, fue diseñado para actuar en relativa calma. De igual manera han sido diseñados muchos de los laboratorios de investigación científica de enfermedades, estos privilegian la enfermedad, parten del hecho que esta siempre exista y que hay que curarla, pero si esta enfermedad se puede prevenir no se invierte en prevención si no en la enfermedad, pero esto es porque mientras exista la enfermedad existirá la vacuna, el tratamiento, y ambos tienen un costo y al mismo tiempo una ganancia. La salud como en todo el sistema capitalista no es para la vida, es para la máxima ganancia. Esto no excluye que tengamos médicos que con ética privilegie la vida, verbigracia de una ganancia. Pero el sistema se traga este esfuerzo, es explotado, desdoblado el esfuerzo ético, transformado en ganancia pueril de una élite, que monopoliza el negocio de la salud, donde también hay mano de obra explotada, que a pesar de tener un mejor nivel de vida, no está exenta de explotación. Porque hay cosas que no se ven a simple vista, pero cuando se escarba en la realidad existen y son determinantes, que determinan y son determinadas.

Vivimos en una sociedad patológicamente llena de banalidades. Privilegiamos lo superfluo y desdeñamos lo realmente importante. Por eso un médico, un científico, una enfermera valen menos que un futbolista o un vendedor de drogas –aunque todas tienen un precio– este debería establecerse usando criterios más justos. Pero entonces habría que redefinir lo que es justo o injusto. Nunca llegaríamos a un acuerdo, se derramarían millones de litros de tinta o se usarían miles de megas y siempre habrá argumentos a favor y en contra. Vivimos en una sociedad donde se invierte más en la promoción de una bebida alcohólica que en una campaña de prevención de alguna enfermedad. Más se invierte en promocionar comida chatarra que propiciar hábitos sanos de alimentarnos. Se utilizan sustancias químicas para cultivos que causan graves enfermedades, no se dejan de usar, porque si no, no habría ganancias. Se destruyen bosques enteros para vender madera o criar ganado, porque a la vista de un ignorante -que se rija por la ley marginal de la economía moderna- la carne tiene una utilidad marginal mayo que el oxígeno, ejemplo reciente la quema de la amazona. El Internet se ha convertido un una gran fuente de información, recreación, entre muchos otros, donde abundan las senos al aire, las vaginas, los traseros y los penes, la fornicación, la estupidez y lo banal. Una noticia es más viral en las redes, mientras más sangre tenga, más horrenda sea, más estúpida. El ser humano ya no valora el arte, la buena pintura, música, cine, etc. Si quieres ser viral en las redes sociales, entonces has el ridículo con cualquier estupidez que se te ocurra hacer. Si quieres que escuchen una canción, entonces ni te esfuerces en crear una buena letra, una bella armonía, melodía, un ritmo agradable, simplemente has el ridículo y listo. Pero estas nuevas tendencias, estos nuevos quehaceres, son parte estructural del sistema. Buscar que el ser humano se ocupe de lo sublime de su existencia, pondría lo fallido del sistema en evidencia, por tanto seria superado y los que se benefician de sistema eso no lo van a permitir. El ser humano tiene prohibido cuestionar, replantear, cambiar, de hacerlo se te banalizara, burlaran, satanizará, execraran, excluirán, transformaran tus nuevos planteamientos en mentiras, los torcerán, para hacerlos ver como algo de locos, harán ver  lo racional como irracional, lo irracional como racional.

Lamentablemente vivimos en una sociedad donde se invierte más en armas de destrucción masiva, en guerras, etc, que en ciencia y tecnología, educación, salud, agua potable, entre otros. Pero es parte esencial de la realización de este sistema. La sociedad capitalista no es un fantasma, no es etérea, este tiene concreción real en empresas, en mercancías, en relaciones sociales específicas y bien definidas. Estas empresas deben ser defendidas en todo el territorio nacional y mundial, donde llega el mercado debe llegar el ejército, debe caer con precisión una bomba atómica, de ser necesario. El capitalismo nació bañado de sangre, de la conquista de los europeos a América y África. El capitalismo norteamericano tiene en su historia la sangre de negros y mexicanos. Pero así como fue en su génesis, también lo es en su realización histórica. Las guerras de la modernidad todas tiene como objetivos apoderarse de recursos naturales a precio muy irrisorios, para venderlos con la máxima ganancia, también exigen condiciones loables para  explotar la fuerza de trabajo a su máximo nivel. Para ello -dice la teoría- debe haber un mundo libre, sin nada que regule al mercado y a la actividad de libre empresa. Según los liberales y neoliberales, el Estado debe ser muy pequeño, el mercado debe hacer todo, regular la economía, ofertar salud y la demanda de esta, ofertar agua y demanda, imponer precio a los salarios, destruir el ambiente para generar la oferta y alguien busque salvarlo, pero en todos estos aspectos el mercado se ha quedado en pañales, sencillamente no tiene capacidad de autorregular la sociedad en su conjunto, como tanto se pregona, esto no es cuestión de filosofar, hacer ciencia, es una realidad que la pandemia, del COVID-19 ha puesto en evidencia.

Para las actuales élites en el poder del Estado, se  plantea que este debe ser lo menos interventor posible. Debe participar lo menos posible en la regularización de la vida del ser humano, de esto se encarga el mercado, (¿tanto poder para el mercado? sí, ¿dónde queda la razón del ser humano? Habrá que ir al mercado a preguntar). Lo cierto es: el Estado tiene una razón de ser bien específica. Como dijimos anteriormente, éste debe alzare como el gran leviatán, según Thomas Hobbes, ese monstruo debe de infundir respeto, esto lo hace por medio de las armas, del miedo, del terror, ¡ah caramba! Sí, no hay nada más terrorista que el estado capitalista y su supuesta democracia liberal. Si quieren, pregunten a los chilenos que están protestando por mejores condiciones de vida, a los que usan los chalecos amarillos en Francia, a ver si la élite que dirige al estado toma en cuenta las justas demandad. Pregunten a los ciudadanos que viven en países que han sido invadidos, por los modernos imperios en nombre de la libertad, pero no es más que en defensa del mercado que ellos controlan. La fachada de ese Estado no muestra esa realidad, en apariencia se ven los carnavales electorales, cada cierto tiempo, donde se malgastan grandes sumas de dinero, si reuniéramos todo ese dinero para invertirlo en salud, el COVID-19 fuera un virus más. Este Estado tiene como fachadas las leyes, que algunas pueden ser justas y necesarias, pero en el fondo el marco legal de un Estado -al servicio del capital- es para la defensa del mercado, la defensa de la máxima ganancia, la defensa de los privilegios, de sus lujos. Por eso es que vemos que en Italia dejan morir a los seres humanos de la tercera edad, porque ya no son rentables, su vida útil pasó de moda. Para ellos no hay leyes, para eso no hay Estado, son partes de los excluidos, marginados. Para el capitalismo no son seres humanos de la tercera edad, son simples mercancías que ya se desgastaron, hay que reemplazarlas, desecharlas. Debemos vernos y entendernos como seres humanos, portadores de vida, si no es así, la sociedad actual, la que vendrá después del COVID-19, cambiará pero no en su esencia, solo algunas formas, pero en esencia siempre seremos una sociedad de simples mercancías, si seguimos siendo eso, nunca construiremos una sociedad humana para los seres humanos, respetuosa del planeta y de las otras formas de vida.

El COVID-19 también ha puesto en evidencia, las medidas que sugieren, los grandes monopolios de medios de comunicaron, para con los cuidadnos, en relación a la conservación del ambiente, son totalmente fallidas o representan un porcentaje muy mínimo de la contaminación del planeta. Vemos como al parar la gran maquinaria industrial de china, Europa, EE.UU. como se viene recuperando el planeta, el clima ha cambiado en estos días de cuarentena mundial. Entonces el esfuerzo para bajar la contaminación de este planeta, no solo esta en que los cuidadnos emitan menos gases efecto invernadero, no, para nada, las medidas están en suplantar, transcender el sistema productivo que hasta ahora tenemos, porque aquí no falla el ser humano individual, es la organización económica y social que han impuesto las élites, basados en la mentira repetida cien (100) veces, derramamiento de sangre y de creencias que degradan la condición humana a simples espectadores de su propia vida, de su historia. Es muy importante esto, porque cuando hablamos de contaminación decimos que somos responsables los seres humanos como especie, en muchas películas de Hollywood nos comparas incluso con un virus. Pero nada más alejado de la realidad, el ser humano es una forma de vida muy compleja, con una capacidad de raciocinio muy grande, de tal manera, la gestión de los recursos no es culpa de la individualidad como tal, es del sistema de organización de la economía y de la sociedad, el problema de la contaminación ambiental no es un tema solo del individuo, es del colectivo de seres humanos, como se organiza lo colectivo, solo edificando una nueva sociedad podemos en conjunto detener la contaminación, destrucción de nuestro hábitat. Hay una tesis de que esta pandemia servirá para que el planeta tome un respiro, lo puede hacer, pero en lo que todo esto acabe, si el ser humano sigue organizado en una sociedad de explotación intensiva, este será prácticamente el mismo, seguiremos destruyendo el planeta como hasta ahora lo venimos haciendo.

La gran amenazada aquí es la vida, la vida del ser humano, del ser humano niño, joven, adulto, anciano, la vida como totalidad concreta está siendo amenazada. La vida de todas las especies vivas del planeta. Una de las grandes enseñanzas es que el equilibrio de la vida es extremadamente frágil, más de lo que imaginábamos. Este virus derribo las arrogancias de nuestro mundo, para que sirven las bombas atómica, los porta aviones, los complejos industriales-militares, para que sirven los castillos, los autos de lujo, las súper fortunas, etc. no sirven de nada, nuestra arrogancia de ser superior a todo, de ser más que el otro, por lo que poseemos, de destruir todo a nuestro paso, se han derrumbado. Nos estamos dando cuenta que la sociedad de poseedores, la sociedad privativa, capitalista no sirve de nada, esta canaliza  lo grandioso del ser humano, su capacidad de raciocinio hacia destinos autodestructivos. Los principios de libertad, solidaridad, justicia, hermandad han sido pisoteados, la vida fue puesta de lado, que es el ser humano sin vida, la vida debe ser un aspecto sustancial de nuestra organización social, su reproducción, crecimiento, realización, la plenitud de la vida debe ser parte central de la nueva sociedad que debemos construir.

Haré un paréntesis en la ilación del discurso que estoy esgrimiendo, para plantear una cuestión que me llama sobremanera la atención, es la postura del gobierno norteamericano en torno a la definición del  virus, estos los denominaron como: “el virus chino”. Detrás de esta definición hay mucha tela que cortar, pero nadie puede negar que es una mensaje directo a la psique de los seres humanos. Al decir virus chino y repetirlo cien (100) veces, el cerebro puede interpretar que los chinos son un virus, que la sociedad china sea un virus, en tal sentido se está usando un lenguaje de xenofobia que busca crear una nueva, que sería la chinofobia. Las élites en el poder del país norteño de América, se han encargado en los últimos tiempos de crear  varias de ellas. Con la destrucción de las torres gemelas, su posterior ataque a Afganistán, búsqueda y asesinato de Bin Laden, crearon una especie de xenofobia hacia los pueblos semitas, con esto, a todas sus creencias, formas de ser, etc, también han hecho esto con los rusos, gran parte del dinero que se invierte en USA en campañas publicitarias, etc., son para profundizar esta xenofobias. Porque se invierte tanto dinero en crear y profundizar las fobias, porque no se invierte mejor en educación, etc., pero detrás de estas fobias hay un objetivo, requeriría otro análisis, pero el fundamental, estoy convencido, es crear miedo, el miedo que necesita el Estado para imponerse, para mantenerse y justificar la sociedad tal cual es por los tiempos de los tiempos. El miedo se necesita para justificar guerras, invasiones, justificar la intervención en la vida particular del ser humano, coartando así su libertad, en fin, el miedo es un instrumento muy antiguo y efectivo para mantener el control social.

Muchos aseguran que el COBIT-19 va a derrumbar al capitalismo, los más trágicos aseguran que se va a acabar la humanidad, pero respecto a los últimos soy optimista, la humanidad no va terminar con esta pandemia, muchos, lamentablemente e injustificadamente van a morir, pero el ser humano como especie superará esta situación -incluso en el marco del capitalismo-, de esto no tengo dudas. Pero en torno a que el capitalismo se derrumbe soy pesimista. Éste va a cambiar, pero hay que ver para quién cambia, cómo cambia y quiénes lo cambian. Por como se está desenvolviendo la realidad, el cambio está en beneficio de las élites mundiales. El gobierno de EE.UU. ha solicitado un préstamo de más de dos billones de dólares para rescatar la economía del impacto del COVID-19, esta cantidad monstruosa de dinero será entregada a los bancos norteamericanos, quienes según la ley de reserva fraccionada podrán convertir en diez mil (10.000) veces más ese monto, este dinero será prestado a empresas, quienes se beneficiarán de forma directa, pero ese préstamo lo pagará el pueblo norteamericano y las colonias de ese imperio. El FMI también ha abierto líneas de crédito para las naciones más afectadas, ese dinero será depositado en la banca de cada nación, será prestado a los empresarios y la pagarán los pueblos. Es decir, uno de los cambios que va a vivir la humanidad es que después del COVID-19 tendremos a los pobres del mundo pagando una nueva deuda, casi que impagable, fortaleciendo aún más así las relaciones de explotación, dando de esta forma un nuevo respiro al patrón dólar, al capital financiero internacional, que tendrá ganancias nunca antes imaginadas por el ser humano. Las élites usarán la crisis para su beneficio, ya lo están haciendo, lo seguirán haciendo, si el resto de los ciudadanos que habitamos de este planeta no hacemos nada; entonces ellos terminarán imponiendo sus designios según sus aspiraciones de clase.

Uno de los cambios que debemos impulsar los ciudadanos de este planeta tiene que ver con una nueva organización de Naciones Unidas, donde un par de países no tengan derecho al veto. Una naciones unidad no para el mercado, no para la máxima ganancia, no para intervenir países y hacerlos añicos, destruir toda su infraestructura, su cultura, bibliotecas, cosmovisiones, entre otros, la nueva organización mundial no debe ser un órgano que socave la decisión de los pueblos a la autodeterminación, debe ser una organización de coordinación entre pueblos, para llegar a consensos en torno a cómo hacemos la vida del ser humano en este planeta más plena, más placentera, más feliz, para el realce de lo bello, grande, hermoso sublime del ser humano. Las Naciones Unidas, nacida de la Segunda Guerra Mundial, debe dejarse en el pasado y construir una organización al servicio de los pueblos del mundo, no de los vencedores de aquella cruel guerra que el capitalismo desató en Europa.

¿Cambiará el ser humano, cambiará la sociedad capitalista? Eso no lo puede decir ningún científico de las ciencias naturales, tampoco uno de las ciencias sociales. Los científicos sociales pueden dialogar sobre posibilidades, alternativas, pero no pueden aseverar nada. El derrotero que tome la humanidad después de esta pandemia es impredecible. No hay y creo que no habrá forma de hacerlo. Sin embargo, los pueblos del mundo sí pueden, como poder constituyente de la sociedad, levantar una nueva alternativa de organización social más humana, respetuosa de las relaciones entre los seres humanos, con el ambiente de este planeta, incluso con la estratosfera próxima de la tierra que también estamos llenando de basura. Los pueblos del mundo deben negarse a pagar la híper deuda que están concretando los gobiernos del mundo para beneficio de unos pocos, que pagarán con mucho sudor y sangre muchas generaciones; creo que para los pueblos del mundo va a ser tan penoso atravesar esta pandemia como pagar esa súper deuda. Es indudable que esa deuda se pagará con menos servicios sociales para los pueblos y con mayor explotación. La sociedad que salga de esta pandemia no está definida por los escritos de algunos intelectuales, estará definida por la acción o inacción de los pueblos del mundo. Debemos tomar lo mejor del conocimiento que ha producido la humanidad, hasta ahora, para aprender de éste, lo que defienda la vida; hay que abandonar viejas ideologías, como la del libre mercado, de la competencia, ideologías que privilegian fetiches que se vuelven contra la vida del ser humano. Las crisis son momentos que nos permiten cambiar, no dejemos el cambio a la buena del destino, en manos de las élites, tenemos que procurar un mundo mejor con ideas renovadas, acciones concretas, objetivos, estrategias, tácticas, que hagan de esta crisis social creada por este virus, se convierta en una posibilidad, en una realidad, donde las aspiraciones más notables de los seres humanos sean una potencia, donde resuenen los cantos de verdadera libertad, justicia, solidaridad, hermandad. Es el momento, desde cualquier espacio, de luchar hombro con hombro, con pasión, amor, alegría, desinterés, valor, valentía, sagacidad, por conservar el regalo más grande que nos ha legado el universo: la vida.


Sociólogo Rafael Acuña
rafaelrojoxxi@yahoo.com.ve

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